Con el telón de fondo de la crisis económica de su país,
Jorge Gaggero debutó en su día como director y
guionista, con este largometraje argentino de capital gallego, cuyo título
original es “Cama adentro” (que es como se denomina en ese país, el estatus del
personal de servicio que duerme en la
casa en la que trabaja), premiada en los festivales de Sundance, Toulouse,
Bruselas y Lleida.
Gaggero muestra en su “opera prima” la relación entre
Beba, una burguesa arruinada (la siempre impresionante Norma Aleandro) y la que
ha sido su sirvienta en los últimos treinta años, Dora (Norma Argentina, en su
primera interpretación, elegida en un casting entre más de ochocientas
empleadas domésticas, al que se presentó animada por su patrón).
El director presenta con un ritmo
excesivamente lento, poco diálogo (rompiendo el tópico de la incontinencia
verbal de los argentinos) y un guión demasiado plano que, sin embargo revela un
profundo conocimiento de la naturaleza humana, una desoladora visión
(plenamente lograda, a pesar de todo) de la vida de estas dos mujeres, real y
lamentable reflejo de la vida de tanta gente (no sólo en Argentina).
La película, con breves intervenciones de Marcos Mundstok (miembro de “Les Luthiers” a quien ya vimos en “No sos vos, soy yo”, que aquí, para variar, no hace un papel cómico), y Eduardo Rodríguez (marido de la sirvienta, ausente, incluso cuando está presente), y de los actores de reparto que conforman el entorno de Beba y Dora: el portero, las amigas burguesas, la peluquera, las vendedoras de cosméticos (atención a la parodia de las “americanas” técnicas de marketing en las reuniones de la empresa) se convierte en un duelo interpretativo entre Norma Aleandro, magistral en cada pequeño gesto, que encarna a una “señora bien” venida “muy” a menos, incapaz de asumir su nueva situación (con una hija lesbiana que se busca la vida en Madrid, con la que no consigue comunicar), y Norma Argentina, increíble debutante (esperaremos a verla en una película en la que no haga de sí misma), que consigue mantenerse a la altura de su veterana antagonista, en el papel de su sirvienta, casada con un hombre al que sólo ve en sus días libres, de docilidad casi perruna ante una señora de la que jamás escucha un “por favor” o un “gracias”, y que invierte todo su dinero en la consecución de un sueño: construirse una casa.
La relación de dependencia entre
Beba, convencida de su derecho a ser servida y Dora, que, incluso cuando
abandona a su señora, al no poder ésta pagarle su salario, sigue representando
para ella el rol de criada; la mayor capacidad de enfrentarse a la adversidad
de quien siempre ha tenido que hacerlo
y el enorme desamparo y soledad de ambas mujeres son los temas de esta triste película, nada
recomendable para parados crónicos, para
gente que esté pasando la crisis de la mediana edad, ni para los que no
consiguen jamás llegar a fin de mes.
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