domingo, 3 de junho de 2012

La mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también el de subir a la Tribuna.

La historia humana oscila como un péndulo: a la acción sigue siempre una reacción; todo avance va seguido de un retroceso; a una época de excesos sucede una de contención (y viceversa). Ningún fenómeno surge de la nada, todos son fruto de un largo proceso que, en algunos casos, si el timonel de la nave es un inepto, puede desembocar en una explosión sangrienta, tras la cual todo vuelve a su cauce, con algunas concesiones acordes al espíritu de la época y un nuevo capitán al mando.


Pero es necesario subrayar que, cualquier comentario histórico va a referirse inevitable y exclusivamente a la mitad de la población, puesto que, incluso en épocas como la Revolución Francesa, en la que se defendieron ideales de libertad e igualdad y se publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, este masculino supuestamente genérico, se refería exclusivamente al varón de la especie, estando la mujer excluida del disfrute de esa lista de derechos. Olympe de Gouges, que sería posteriormente guillotinada por las autoridades de la Revolución, publicó en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, que proponía la igualdad de derechos o la equiparación jurídica y legal de las mujeres en relación a los varones, aunque ella consideraba superior al sexo femenino.  De Gouges sostenía que si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también el de subir a la Tribuna. Su escrito no fue aprobado y las mujeres continuaron sin derechos hasta el siglo XX: de hecho, en el Código Napoleónico de 1804, base e inspiración de la mayoría de sistemas jurídicos europeos, no sólo se les siguió negando el derecho al voto, sino que se definía el hogar como “el ámbito exclusivo de la actividad femenina”. 

Olympe de Gouges

Su testigo sería recogido a mediados del siglo XIX por los movimientos sufragistas que reclamaban el voto para la mujer y que tuvieron  especial protagonismo en Inglaterra y EEUU. Su principal precedente fue la llamada "Declaración de Séneca Falls" (1848) en Nueva York, considerado el texto clave del sufragismo. En el que se apela a la ley natural y a la razón como fundamentos para la igualdad social de las mujeres contra todo prejuicio y tradición. La lucha continuará durante todo el siglo XX y en contra de lo que piensan muchos todavía no ha terminado.

Iniciado el siglo XXI y sin necesidad de volver la vista a los lugares en los que todavía las  mujeres no tienen derecho al voto, no pueden conducir, son asesinadas, utilizadas como trofeos de guerra, sometidas a prácticas tan aberrantes como la ablación, obligadas a vivir en la cárcel del burka... En los países supuestamente civilizados, el número de violaciones y asesinatos por razones de género sigue siendo escandalósamente alto, los cargos directivos siguen vetados a las mujeres que siguen cobrando menos por el mismo trabajo y cargando mayoritariamente con el peso de las labores domésticas y el cuidado de niños, enfermos y ancianos. La crisis está además dando a los gobernantes la coartada perfecta para reducir aún más los derechos conseguidos en materias en las que se creía que ya no había marcha atrás: aborto gratuito, permisos de maternidad, derecho a decidir sobre el propio cuerpo, educación para la igualdad...


Es necesario permanecer alerta y no permitir que las conquistas de tantas mujeres valiosas se pierda. 

                          

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